—Háblame
de él.
—Es
un cabrón —le confiesa rotunda, suprimiendo una media sonrisa que no le llega a
los ojos—. No tiene alma, dicen que se la vendió al diablo. Quizás por eso se
dedica a jugar con las de los demás. Le gusta llevar los zapatos bien limpios y
brillantes, aunque creo que más que por higiene lo hace por lascivia.
—¿Lascivia?
—Pregunta sorprendida—.
—Solía
decir que algunos días conseguía verle las braguitas a cualquier chica o mujer
que llevase la falda un poco más corta de lo normal —hace una pausa y mira curiosa
a la chica—. ¿Por qué quieres saber todo esto?
—Un
cazador tiene que conocer a su presa.