viernes, 31 de agosto de 2012

Del pasado más cercano


Aunque fuera brilla el sol, llueve en el interior de aquel minúsculo apartamento. Las paredes vuelven a encoger y la opresión en su pecho crece por momentos.

Se acaba de dar cuenta que él nunca le quiso y que no es su culpa, que cuando llegó a su vida tenía el corazón, ése que le rompieron en mil pedazos una y otra vez, mal reconstruido. Que nunca iba a querer como se quiere en las películas, o en alguna novela romántica de ésas. ¿Cómo iba a hacerlo, si lo tenía resquebrajado?

Maldijo su suerte por no haber llegado antes a su vida, por haber atisbado que muy en el fondo, casi en el epicentro de la tierra, se encontraba el verdadero él. Lamentó aquellas palabras que algún día pronunció, en las que decía que lo amaría y esperaría hasta que llegase a sentir la cuarta parte de lo que ella sentía, aunque fuese.

Había pasado mucho tiempo hasta hoy, cuando descubre que “un poquito” no es suficiente. Necesita que alguien se enamore de ella, que pierda totalmente la cabeza, que le regalen rosas, una por cada lágrima que derramó. Desea que le digan lo bonito que es encontrarla desnuda en su cama,  en su vida. Que su corazón roto tiene arreglo, que todo en esta vida lo tiene.

Hoy hace las maletas y deja una carta en la cocina:

Querido Joseph:

Quisiste quererme, lo intentaste una y otra vez sin suerte. No te culpo. Hoy nos libero a ambos. Nos toca ser felices. Por eso te pido que vayas a por ella, que la reconquistes.

Por favor, no me llames ni trates de localizarme. Tenme como un recuerdo del pasado más cercano.

Marian. 

martes, 28 de agosto de 2012

Va de metas...

“Suerte que dentro de tanto caos soy una persona responsable”, piensa mientras unta un poco de mantequilla en su tostada. Hace tiempo que dejó los desayunos basados en galletas de chocolate, si es que desayunaba. Cada mañana toma un par de tostadas con mantequilla y una de esas barritas digestivas de cereal y chocolate. No le hace falta perder peso: simplemente le gustan.

Una vez rehace esa cama en la que tantas vueltas da, noche tras noche, toma asiento junto a su escritorio y reordena sus apuntes. Desde fuera parece una obra digna de la entropía, pero cada papel guarda un perfecto orden. Los días pasan más deprisa de modo que la fecha del examen se va acercando más y más. Por un lado es una suerte, porque al fin y al cabo también le verá a él.

De vez en cuando desconecta del estudio conectándose a Internet (qué ironía, ¿no?). Durante estos días es su única ventana al mundo exterior, sintiéndose así una Rapunzel sin melena a la que muchos conceptos y autores mantienen reclusa. Poco después regresa al estudio y así hasta la hora de comer.

Quizás necesite más horas de estudio que muchos otros, pero por suerte tiene claro que sin esfuerzo las metas, como los sueños, no se alcanzan.

Mucha suerte a todos con los exámenes de septiembre...

lunes, 27 de agosto de 2012

Let it go

Definitivamente no se puede juzgar a la gente. Casi nunca.

Recordar a una vieja compañera de universidad hablando sobre independizarse, buscarse un trabajo y vivir con lo mucho o poco que ganase. Quería marcharse de casa a toda costa, sin trifulcas con sus padres o hermanos. En aquel momento pensé que no debía querer mucho a su familia.

Dos años más tarde (porque no hace más que dos años), encuentro sus motivaciones y razones en mi voz. El brillo en los ojos al concebir en mi mente un lugar como mío. Ni siquiera esto se basa en el espacio, que suele ser la razón más socorrida entre la gente de mi edad. Son las ganas de probarme a mí misma, de saber hasta dónde puedo llegar y si realmente puedo hacer todo aquello que quiero proponerme. Quiero valorar lo bueno de mi casa desde fuera, comprobar si mi filosofía de vida (la cual aún no tengo siquiera definida) funcionaría en un hogar. Si seguiría perdiendo todo por la casa, o si por el contrario descubriría en mí una fanática del orden. Quiero aprender a cocinar sin nadie que me diga trae, que tú no sabes o que me solucione los pequeños quehaceres de la casa. Necesito sentirme útil.

Aún me queda un año como interna en una casa a la que adoro pero a la que cada vez siento más pequeña. Mientras tanto me imagino posibles destinos y ciudades en las que podría emprender una nueva vida. ¿Madrid, Barcelona… algún rinconcito de Inglaterra? Después de todo me queda una visión positiva: me queda todo un mundo por descubrir. 

domingo, 26 de agosto de 2012

Tu tren

La valentía no resultó ser la habilidad de matar a un dragón con tan solo una espada y una armadura. Qué va, eso es para los cuentos.

La valentía se encuentra en ser honesto con uno mismo, lo cual no es tan fácil como suena. Descubrir hacia dónde queremos ir y encaminarnos a esa meta con las pocas armas que tengamos. Que a veces sólo es una mente y muchas ganas de trabajar.

La valentía (y te lo repito una vez más para que se te meta en la cabeza que es de lo que tú estás llena), es parar el tren que al fin y al cabo es la vida y decirle al revisor que se espere, que tu sitio está en el vagón de enfrente. Quizás habrá pasajeros a los que no les guste ese contratiempo, pero al fin y al cabo no son otra cosa que compañeros de viaje.

La valentía, amiga mía, es que no sólo ilumines tu camino, sino que inspires a los demás a tomar esas decisiones que tan complicadas nos resultan.

Porque vida sólo hay una, y con ella el camino hasta la felicidad.


Espero que seas muy feliz con esta nueva dirección que toma tu vida, yo seguiré esperándote en cada estación con una sonrisa. 

miércoles, 22 de agosto de 2012

Sandy


Realmente Sandy nunca fue una amante ferviente del verano como sus amigas. A ella le gustaba disfrutar del frío, del vaho de las ventanas, lienzos perfectos para dibujar y del tacto de la lana en su cuerpo. Apenas aguantaba más de dos horas en la playa.

A pesar de vivir en una ciudad costera y estar acostumbrada a ello, veía en los inquilinos estivales auténticos usurpadores. Invadían la arena, los aparcamientos, los bares y las terrazas. Cierto que era bueno para la economía de la ciudad, pero no podía evitarlo.

Sólo había un momento al día que concebía perfecto: el atardecer en la arena. Adoraba aquella brisa fresca que se levantaba ya entrada la tarde y te obligaba a colocarte de nuevo la camiseta. Disfrutaba viendo como el sol por fin se daba el gusto de bañarse en el mar y ver cómo todo concebía un nuevo color.

Sentaba en su toalla, rodeando sus rodillas con los brazos, aspiraba fuertemente por última vez antes de emprender el camino a casa. Lástima que los momentos perfectos sólo duren un instante.