Sé que me estás mirando, es como una punzada aguda
en el pecho. Y honestamente, no sé en qué punto estoy. No sé si estoy enfadada,
dolida, molesta… No sé cómo sentirme. Ni siquiera sé quién de los dos ha tenido
la culpa.
Aunque por mi garganta antes corrían gritos y
sinsentidos, ahora un grueso nudo me impide tan siquiera susurrar. Y sé que en
el momento que mis labios se despeguen, echaré a llorar. Me prometí a mí misma
que no me volverías a ver llorar, que sería tan fría como un témpano de hielo.
Ése que tú eres, al menos por fuera.
Y aunque estemos cada uno en una esquina del
sofá, te siento lejos. Quizás por eso no salgo corriendo directa a la
habitación o al cuarto de baño, porque será como rendirse. En vez de eso sigo
mirando por la ventana desde mi sitio, con las piernas pegadas a mi pecho a
modo de armadura.
Como si
fuese a funcionar, pienso. Estoy inmersa en un sinfín de recuerdos. No sé cuántas
veces te lo he dicho, pero mi cabeza procesa los malos recuerdos a una velocidad
súbita cuando estoy en este estado.
Entonces aparecen tus brazos de la nada que
me rodean y me arrastran hasta tu pecho. Ya te voy conociendo, y sé que es tu
manera de decir que lo sientes.
-Yo también lo siento. –Murmuro en un
suspiro mientras me arrebujo en tu camisa.