El timbre anunció el comienzo de una nueva
clase, así que agarré mis libros y caminé arrastrando los pies hasta el aula. No
estaba de humor para aguantar bromas, así que me senté en una de las mesas que
estaban junto a la pared, bajo la ventana. No aparté la vista del exterior,
pensando en que todo parecía mejor ahí fuera.
Sin apartar la vista de la ventana pude oír
cómo mis compañeros iban llegando. No resultó una sorpresa comprobar que nadie
quería sentarse en el asiento libre que había junto a mí. Cualquier sitio les
parecía mejor.
La clase se fue llenando hasta que finalmente
el profesor entró. Me caía bien el señor Phillips, parecía el único adulto con
sentido común que me rodeaba últimamente. Apenas había abierto su gastado
maletín de cuero cuando la puerta se abrió de par en par, llamando la atención
de todos. Al otro lado, un chico de nuestra edad respiraba agitado.
-¿Puedo pasar? –Preguntó entre jadeos.
-Después de tal aparición quedarías fatal si no
lo hicieses. –Bromeó nuestro profesor.- Vamos, toma asiento.
Le bastó un rápido barrido para comprobar qué
sitios estaban vacantes. No me sentí curiosa por su decisión, así que continué
apuntando la fecha de aquel día en mi cuaderno.
-¡Hola! –Exclama alguien a mi lado en un
susurro.
No puedo evitar dar un salto sobre mi silla, lo
que le hace sonreír. Ahí estaba junto a mí, el chico de pelo alborotado y barba
de varios días.
-Tú no hablas mucho, ¿verdad? –Continúa.- Te he
visto por ahí y casi nunca vas con gente.
-El placer es mío. –Murmuro de mala gana.
-Perdón… -Susurra.- Me llamo Max.
-…Brooke.