Por lo
general suele ser una persona hogareña. Puede pasarse días y días encerrada y no sentir claustrofobia.
Pero no esta semana.
Con los años
vas aprendiendo que una amistad no implica la necesidad de verse o hablar todos
los días. Que cada cual va labrándose su futuro, diferente del resto, y que eso
hace descuadrar horarios. No pasa nada, son lo suficientemente maduros como
para asumirlo.
Lamentablemente
esta semana se le ha hecho un poco cuesta arriba. Quizás la presión en la
oficina, los 265 kilómetros de distancia, o esos
días que no necesitan más explicación.
Una llamada
es suficiente para confirmar cita en la cafetería de la calle principal. Con un
dulce, cafés o batidos, comienzan a ponerse al día con la mejor de las
sonrisas. Comienzan las bromas, las risas incontroladas, las canciones
ridículas, las anécdotas. Entonces cada uno piensa en por qué no hacen esto más
a menudo.
Continúan paseando
por aquel pueblo grande que siempre
fue su ciudad y se reconfirma que ya no tienen quince años. Comprueban que los
niños de trece años no son como lo eran ellos, y que sentarse en un banco
cualquiera a comer pipas no acaba siendo lo mismo del todo. Pero se las
terminan, así se les quede el trasero helado de aquel banco de piedra.
Cuando llega
el momento de despedirse, comprueban que el reloj ha corrido más de lo
esperado. Alguno llega tarde a su cita posterior, pero poco le importa. Llegan
los besos, los abrazos y las sonrisas. Con estas últimas, emprenden el regreso
a casa deseando ese nuevo mensaje:
Necesito
veros. Os echo de menos.
Es verdad que con el paso del tiempo te das cuenta de que con ciertas personas no hace falta verse siempre, y que da igual el tiempo que pase que la amistad seguirá intacta, pero esos reencuentros siguen siendo importantes.
ResponderEliminarOjalá os veáis pronto de nuevo.
Un besito