Mis manos temblorosas jugaban entre ellas
enredando unos dedos con otros, tratando de mantenerme lo suficientemente
ocupada como para distraerme de lo que acababa de suceder. Procuré no levantar
la vista, sabiendo que en el momento en el que me cruzase con otro par de ojos
rompería a llorar.
Abandoné las oficinas y salí corriendo hasta
alcanzar el primer banco que vi. Me senté sobre el respaldo, como siempre,
colocando los pies donde realmente debería haberme sentado. Llevaba un buen
rato con la cara hundida entre las manos, y a su vez, con los codos apoyados en
las rodillas. Irónico que saliese en busca de aire fresco.
Finalmente mi cuerpo decidió que no podía con
tanta presión y liberó toda la energía negativa en forma de lágrimas. No puedo
decir cuánto tiempo llevaba allí cuando sentí cómo alguien más ocupaba el
banco. Mi banco.
¿Quién podía acercarse voluntariamente a una
persona que lloraba desconsolada en medio de la calle? Tal fue mi curiosidad
que no pude evitar observar de soslayo al individuo en cuestión. Cualquiera en
su situación se hubiese puesto a compadecerme. Él simplemente permanecía a mi
lado.
No debía ser mucho más mayor que yo. Tenía un
aire despreocupado y llevaba la camisa por fuera del pantalón. Debía ser de
alguna oficina cercana.
-Un mal día en el trabajo, ¿eh? –Preguntó de
repente.
-…funesto. –Murmuré poniendo los ojos en
blanco. Él soltó una risilla.
-Bueno, piensa que en unas horas no tendremos
que verles las caras a esos capullos de ahí arriba. –Dijo señalando hacia el
edificio del que salí.
-¿Sabes? Eres la primera persona que no
parece sentir lástima por mí. GRACIAS.
-¿Por qué debería sentir lástima?, ¿sólo
porque estás de bajón?
-Porque soy pequeña, parezco débil… -Comencé
a enumerar.
-Tonterías. –Me cortó.- No hay ninguna razón
lógica por la que debería sentir lástima. Y si es a lo que estás acostumbrada,
deberías hacer recortes de plantilla sobre los que te rodean.