Había un sofá.
No era el más cómodo, ni el más bonito. Pero se convirtió en
el sofá.
Un lugar donde poder desconectar del mundo, donde nada podía
hacerte daño. Donde pasaban las horas sin que me diera cuenta. Y cuánto me
costaba abandonarlo…
Hasta que un día lo tuve que abandonar para siempre.
Me cundió el pánico. O quizás la angustia. Jamás volvería a
estar en ese sofá. Me concedí, como de costumbre, 24 horas. Y entonces lo
comprendí.
Comprendí que me estaba aferrando a un objeto y no a lo que
me transmitía. Y que aquel lugar de paz transmutaría en algún momento. Quizás
con forma de playa, de alfombra, de coche, de cama…
Así que dejé de angustiarme por algo que ya pertenecía al pasado y sustituí el sentimiento. Porque algún día encontraré ese nuevo lugar donde poder bajarme del mundo para saborear mi bebida favorita.
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¡Hola a todos!
En la columna de la derecha podéis encontrar el enlace que os llevará a la página de Facebook -sí, le he creado una página!- de este blog. Muchas gracias a todos los que me seguís y comentáis.
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Mientras lo leía, no me imaginaba un sofá... Me encanta.
ResponderEliminarPero es difícil no sentir apego por algo o alguien con el que has compartido tantos momentos de paz, alegría e incluso tristeza. Y por eso yo creo que de mayor tendré el síndrome de diógenes, si es que no lo tengo ya, jajaja.
ResponderEliminarNada, hay que soltar lastres, por mucho que nos pese en un principio. Hay que airear las habitaciones y reamueblar todo de vez en cuando.
Besos
¡Hola!
ResponderEliminarNavegando por blogger encontré tu blog y.. aquí me quedo jajaja. Se te da genial escribir y transmitir sensaciones con tus textos. Yo apenas leí uno pero estoy deseando poder hacerlo más.
Un besito.
PD: Si no es mucha molestia, ¿te importaría pasar por mi blog? Me gustaría saber tu opinión ( http://my-diaryevery-day.blogspot.com.es/ )