Los rayos de sol se deslizaron por la ventana
de puntillas, sin hacer ruido hasta posarse en sus ojos cerrados. Con habilidad
felina, su espalda se encorvó mientras sus brazos se antojaban infinitos al
estirarlos. Las sábanas arrugadas jugaban entre sus piernas, en completa
entropía.
Descalza emprendió su camino a la cocina con
nada más que una camiseta de chico dos tallas más grande que había comprado
expresamente para que cumpliese como el camisón más cómodo de la historia.
Con la mano aún sellada del club de la noche
anterior cogió una sartén y sacó un par de huevos de la nevera. Los domingos
tenía la ley no escrita de tomar un perfecto desayuno continental para
recuperar las energías. «De alguna manera había que hacer los domingos menos
malos, ¿no?», suele decir.
Al observar su reflejo en la ventana descubre
que sus pinturas de guerra, como las llama,
se desvanecen en varias direcciones. «Fue una buena noche».
¡Hola Sara!
ResponderEliminarLa descripción del domingo... me he sentido tan identificada, con el día después de una buena fiesta.
Me gusta mucho como te expresas.
Un besazo