-¿Algo como qué?
-A ti te encanta la escritura tanto como a mí las fotografías, ¿no? -Asiento con una sonrisa, porque aunque aún no sepa de qué se trata, intuyo que me va a gustar.- Había pensado que le pusieras historia a mis fotografías, o al revés, ponerle yo fotografías a tus relatos. ¿Qué te parece?
-Me parece que me encanta(s).
©Fotografía por Wthesungoesdown
Me gusta la luz de las velas. Es diferente, no sé... cálida.
Ellas, situadas en puntos estratégicos como esos centinelas a los que en más de una ocasión me he tenido que enfrentar; pero gráciles como si de unas bailarinas se tratara en plena oscuridad. Espectadoras de los momentos más secretos, de los besos de los amantes, de las miradas más sinceras.
Las que dibujan tu silueta desnuda mientras descanso en tu costado. Las que mantienen el clímax. Las que nos conducen a la locura.
Y así, las utilizo de lazarillo para recorrer tu cuerpo. Primero con las manos, después, con los labios. De un momento a otro regreso a tu boca, que entre susurros me repite esa frase que una vez llegaste a descubrir:
-Muérdeme las ganas.
Entonces me aferro a tu cuello, a tu pelo y a tus manos; las mismas que marcan el compás de una danza aún más hermosa que la de nuestras presentes, llegando así al límite de lo prohibido.
No hacen falta más palabras. Entrelazas tus dedos con los míos no sin antes apagar la última vela, la única que mantiene su fulgor. Una vez el último centinela es sometido, me dispongo a perderme sin miedo en tus sábanas una vez más. Siempre podemos encender una vela que nos devuelva al camino.