En mi cabeza
siguen retumbando los gritos, mis lamentos y tus portazos. Nunca se nos dio bien ponernos de acuerdo, ¿no es así? La lluvia no amaina y temo que no puedas encontrar
el camino de regreso a casa. Una sirena de ambulancia comienza a sonar y a mí
se me encoge hasta el alma, como siempre.
La cafetera
emite ese sonido agudo que tanto te gusta y yo me debato entre separarla del
fuego o permanecer en el ventanal, arropada por la manta roja, esa que huele a
ti. Mi mano no ha llegado a alcanzar el asa cuando escucho el crujir de la
puerta. Cómo explicarle al mundo que sé que eres tú por cómo tintinean las
llaves al otro lado.
Apenas te dejo
terminar de abrir la puerta cuando salto a tus brazos. Tu ropa empapada camufla
mis lágrimas, las cuales ruedan como gotas de lluvia por un cristal. Acaricias mi
pelo, besas mi frente y me repites aquella frase que me dijiste la noche en que
nos conocimos.
De pronto la
lluvia me parece menos intensa, casi inerte.
–Vamos a la
ducha. –Te susurro– Estás helado.
Bienvenida de nuevo por aquí. Aquí también lleva dos días lloviendo, pero creo que con la calidez de tus palabras se nota menos este frío y esta humedad.
ResponderEliminar:)
Pasión tras la nostalgia. Frío y calor juntos en una entrada.
ResponderEliminarMe ha encantado :)
Wow... cómo sé ese sentimiento de incertidumbre, ese dolor por pensar haberle perdido para siempre, ese ahogo en la garganta de lágrimas queriendo salir... preciosísimo texto, con un final perfecto :) un saludo!
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