El
mundo se cubrió por una espesa capa de hielo que nunca me llegó. Ni a los
tobillos.
Ya
no hay sonrisas. Ni siquiera hay buenas formas. El “lo siento, lo desconozco”
se ve sustituido por un silencio frío mientras sigues esperando esa respuesta
junto al marco de la puerta. Y te sientes estúpido, porque sigues creyendo que
esa respuesta va a acabar llegando de un momento a otro, y que sería muy
descortés por tu parte marcharte sin más. El “espera un segundo y me lo
cuentas, que ahora mismo no te puedo prestar atención” cambia por un “no me he
enterado de NADA de lo que has dicho” justo cuando has acabado de contar la
historia más divertida del mundo. Y qué decir de los “¿qué tal te ha ido el día?”
que se ven cortados por un seco “bien”.
Esas
cosas acaban anulándote, haciéndote sentir invisible. Se agarran a tu cuello
con ambas manos y te aprietan hasta que tu voz pende de un hilo inseguro. Y
entonces te planteas que el problema es tuyo, que quizás tienes demasiado tacto. Luego recuerdas que no
es tacto sino educación, y ahí es
cuando regresa esa frustración. Porque da igual que te plantees ser una persona
fría, maleducada, cortante… tú eres tú y no puedes cambiar esa forma de ser.
Porque cuando algo no está roto no puede ser arreglado.
¡Me encanta!
ResponderEliminarMuchas veces pretendemos ser alguien peor que nosotros mismos y nos es imposible.
Yo te recomendaría que fueses tú misma, si alguien no te escucha, no te presta atención, no te valora; quizás merezcas a alguien mejor, pero ponerse a su nivel significaría cambiar a una persona que estoy segura que vale mucho :)