miércoles, 15 de febrero de 2012

Ellas, las de plástico


Carlota las observa desde un rinconcito recordando que alguna vez quiso ser como ellas. Trata de disimular esa risita floja que se le escapa cada vez que lo recuerda; cada vez que las ve en acción. 

Ellas, las de plástico, caminan siempre sobre tacones para no perder nunca esa posición simbólica que guardan con el resto del mundo. Llevan la frente tan alta que casi apuntan al cielo con la nariz.
Ellas. Las que se maquillan tanto y tan a diario que hacen dudar de si alguna vez muestra su verdadera cara. Las que van de compras todas las semanas para cuidar el exterior porque lo de dentro está podrido. Las que se juntan con las de su misma especie y mienten cada vez que se refieren a ellas como «amigas». Esas amigas a las que pisan y contra las que compiten.

Entonces es cuando se da cuenta de lo afortunada que es. Ella sí tiene amigas. De las buenas. 
Luego están las que no admiten su soledad, y las que lo reconocen alegan un pretencioso porque yo quiero. Debe ser divertido ser el ombligo del mundo, sentir que todo gira a tu alrededor. Ellas. Las que no saben disfrutar de una tarde en el parque de siempre, las que no ríen hasta que les duele la barriga; a no ser que sea a costa del pardillo de siempre. Las que tienen la necesidad de hacer fotografías cada fin de semana para demostrar cuán bien se lo pasan. Las que mantienen orgullosamente intacto su pintalabios, aunque la cruda realidad sea que nadie vaya a quitárselo a besos.

¿Cómo ahora es que siente pena por ellas? El misterio queda resuelto, así que Carlota recoge sus cosas y camina de regreso a casa. ¿Y ellas, qué hay de ellas? Bueno, siempre cabe la posibilidad de que Ken Príncipe vaya a rescatarlas...

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