Sus labios de color fresa recordaban al poema
de Rubén Darío, pero la triste realidad es que sus besos sabían a amargo café y
cigarros baratos. Ella no era ninguna princesa. No necesitaba a nadie que la
rescatara.
No le hacía falta un caballero de brillante
armadura que le enumerase todas y cada una de sus virtudes. Se las sabía de memoria. Sólo le rompieron el
corazón una vez, pero dolió tanto que una vez recogió los pedazos, los tiró a
la basura. Así es más práctico, solía afirmar.
Adoraba comprobar cómo su generación iba cuesta
abajo y sin frenos. Qué divertido era ver a todos intentar ser diferentes
siguiendo el mismo patrón. Siempre que tenía la oportunidad, brindaba con
cerveza por ellos, los mediocres,
como ella solía llamarlos.
Pero quizá los mediocres aunque intenten ser diferentes con el mismo patrón, tienen la motivación de hacer algo que los mantenga a flote, para convertirlos finalmente en eso que ansiaban ser. Quizá esa es la actitud que nos falta a veces, la de seguir intentándolo aunque seamos otros miles los que estemos en la misma situación.
ResponderEliminarPerseverancia, competitividad no con los demás, con nosotros mismos, exigirnos, retarnos que de las victorias no se aprende nada y quizás... quizás...
ResponderEliminarSaludos!!