domingo, 27 de octubre de 2013

De peleas y reconciliaciones



Sé que me estás mirando, es como una punzada aguda en el pecho. Y honestamente, no sé en qué punto estoy. No sé si estoy enfadada, dolida, molesta… No sé cómo sentirme. Ni siquiera sé quién de los dos ha tenido la culpa.

Aunque por mi garganta antes corrían gritos y sinsentidos, ahora un grueso nudo me impide tan siquiera susurrar. Y sé que en el momento que mis labios se despeguen, echaré a llorar. Me prometí a mí misma que no me volverías a ver llorar, que sería tan fría como un témpano de hielo. Ése que tú eres, al menos por fuera.

Y aunque estemos cada uno en una esquina del sofá, te siento lejos. Quizás por eso no salgo corriendo directa a la habitación o al cuarto de baño, porque será como rendirse. En vez de eso sigo mirando por la ventana desde mi sitio, con las piernas pegadas a mi pecho a modo de armadura.

Como si fuese a funcionar, pienso. Estoy inmersa en un sinfín de recuerdos. No sé cuántas veces te lo he dicho, pero mi cabeza procesa los malos recuerdos a una velocidad súbita cuando estoy en este estado.

Entonces aparecen tus brazos de la nada que me rodean y me arrastran hasta tu pecho. Ya te voy conociendo, y sé que es tu manera de decir que lo sientes.


-Yo también lo siento. –Murmuro en un suspiro mientras me arrebujo en tu camisa.

martes, 15 de octubre de 2013

Viejas costumbres


Fue entonces cuando te vi.

Tenías el pelo un poco más largo que de costumbre. Me detuve en él por unos instantes y descubrí que estaba un poco más claro de lo habitual. Rápidamente, rememoro cuán habitual era encontrarte en la playa junto a tu vieja tabla de surf. ¿Recuerdas cuántas veces te dije que odiaba ese rubio imposible? Qué difícil resulta ahora sacar de mi memoria cómo era surcado por mis manos.

Llevabas ese jersey enorme de color azul oscuro que conseguí que te compraras. Aunque tú no estabas muy convencido. Me gustaba robártelo en las mañanas de domingo y llevarlo cual vestido. Aunque probablemente lo que más me gustaba era la cara que ponías.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando tus ojos finalmente encontraron a los míos, aún perdidos en ese jersey. En ese momento caí en la cuenta de que llevaba los labios de ese rojo intenso que a ti tanto te gustaba y que yo siempre descarté.

Quizás se me daba demasiado bien echarte de menos. Disfruté en el modo en que te acercaste a mí, con las manos en los bolsillos. Solías hacerlo muy pocas veces, sólo cuando te sentías inseguro. Al parecer las viejas costumbres se mantienen fuertes. 

-El rojo siempre te quedó bien. -Me dices tratando de usar esa falsa arrogancia tuya.- Casi tanto como este jersey.