Todo se truncó con una sonrisa.
Quizás la culpa la tuvo él, que nunca se
había atrevido a defenderla frente a un careo. Es probable que el causante fuera
aquel dependiente y su seductora sonrisa… Pero seguramente la gota que colmó el
vaso fue volver a sentirse deseada. Como no se sentía hacía tiempo.
Un pequeño encontronazo le había costado los
gritos de aquel colérico cliente. Ni siquiera pudo responderle, simplemente se
hizo pequeñita hasta que llegó aquel joven de actitud valiente.
Sin saber cómo, de repente se vio en aquellos
otros brazos, y en aquella cama tan diferente
a la suya. Se vio disfrutando en manos de otro hombre, sin ningún cargo
de conciencia.
El chasquido de la puerta le había devuelto a
la realidad. Todo había sido una pesadilla demasiado viva, intensa y
afortunadamente corta.
Camina por el pasillo hasta llegar a la
habitación. Allí está él.
Ahora lo recuerda todo. Todo se truncó con un
accidente.
Él, el amor de su vida había sufrido el
accidente más impactante que jamás tuvo que vivir. Aún le cuesta comprender
cómo puede estar vivo después de que su coche fuese aplastado por un camión. Ya
no recuerda cuántos meses estuvo en coma.
Frente a ella se encuentra un niño de apenas tres
años de edad encerrado en el cuerpo de un hombre de casi treinta. Un escalofrío
recorre su cuerpo. Jamás podrá acostumbrarse a tal situación. Cuando la
descubre en el umbral de la puerta, tira el plato de sopa que está comiendo
inintencionadamente. Ella acude corriendo antes de que él se eche a llorar.
-Has tardado mucho. –Dice con palabras
torpes.- ¿Dónde estabas?
-Tranquilo, cariño… no volverá a pasar. –Susurra
mientras le abraza.
Le observa a los ojos y descubre que tras ese
niño grande sigue estando el hombre
que la enamoró, el que la cuidó cuando tanta falta le hacía. Ahora las tornas
han cambiado, pero aquello no supone ningún problema. Entonces recuerda que
solo le hace falta su existencia para ser feliz.